

Fuiste más que un párroco – te convertiste en guía del Camino. En O Cebreiro tu aliento sigue vivo, mezclado con niebla y oración. Pintaste flechas para que los pies perdidos encontraran su rumbo. Llevaste luz al silencio de los viejos senderos.
Camino sobre tus líneas, siento tu mano en el polvo. El viento murmura tu voz: reconstrucción, memoria, gracia. No eras un visionario sin obra – eras un hombre con pincel y mapa. Rescataste los caminos olvidados para que el peregrino no quedara perdido. Y sin embargo, tu senda no es monumento. Es un soplo abierto, sin fin. Una flecha que no pertenece a nadie, y guía a todos.
Te detuviste al borde de la carretera con un cubo de pintura amarilla. Un coche se paró, un Guardia Civil preguntó: «¿Qué hace aquí, Padre?» Y tú respondiste: «Estoy preparando una gran invasión.» Quizá sonreíste — esa sonrisa que no burla, que comprende. No hablabas de un ejército. Hablabas de nosotros.
Te veo aún en mi memoria, en la niebla de O Cebreiro. Un sacerdote con pincel y paciencia,
que hizo visibles los caminos de nuevo, piedra a piedra, dirección a dirección. No querías monumentos, querías movimiento. Que la gente volviera a andar — del yo al nosotros, del hoy al eterno. Y desde hace casi cuatro décadas nos ves desde arriba.
No predicaste, dibujaste. Amarillo sobre gris, esperanza sobre olvido. Tus flechas fueron oraciones de color, un evangelio de polvo y confianza. Te veo en cada señal amarilla. En cada paso que sigue sin saber. Tu vida fue un puente, tu herencia un hogar. Camino sobre tus huellas, sigo tus líneas por puentes, valles y tiempo. Tu pincel fue profeta, tu corazón brújula. Pintaste los caminos para que encontráramos el cielo.
Gracias por darnos orientación con solo pincel y fe.
Buen Camino, Steffen